Santiago, ciudad de hogueras

Desde Santiago

Dos imágenes absorben la mirada apenas se llega a Chile. Una empleada de Migraciones con barbijo recibe con delicadeza el DNI. Le cuesta manipularlo porque usa guantes de látex. El Coronavirus está omnipresente en la señalética del aeropuerto. Hay que completar un formulario que tiene preguntas previsibles: si se visitó China, si el pasajero sufre de tos o dificultades respiratorias. De la fiebre se encarga otra mujer con un láser que nos coloca sobre la frente. La palabra “bienvenido” tranquiliza y permite el acceso. Hay seis casos del Covid-19 en el país. La imagen restante no es un asunto de salud pública pero sí de temperatura social y política. Tiene como significante ilustrativo, pero no único, las fogatas callejeras. Se observan al paso del bus que conduce hacia el centro, a un par de cuadras del Palacio de la Moneda, del que Salvador Allende salió muerto el 11 de septiembre de 1973. Hay fuegos que arden solos, nadie los azuza, sin manifestantes. Pero hay otros rodeados por jóvenes muy jóvenes que se “encapuchan” como dicen ellos mismos. Se mueven como sombras en la noche entre peatones que corren detrás de un colectivo o lo esperan con resignación en las paradas.

El compañero de asiento en el ómnibus alerta sobre cierta inseguridad nocturna sobre la célebre avenida Alameda, la Libertador Bernardo O’Higgins. Cuenta que se hartó de esta capital y su región metropolitana con 7 millones de habitantes. Anticipa que se volverá a su Concepción natal, saluda y se baja. El viaje de 30 minutos es sin cortes pese a los fuegos que siguen encendidos en Las Rejas, cerca de una estación ferroviaria. Las llamas indican la combustión de la calle, ese espacio público que la gente no abandona desde octubre pese a los muertos por la represión, mutilados y mujeres abusadas.

Marzo es el termómetro que medirá la capacidad de movilización que ya se insinuó en sus primeros días. La marcha de mujeres prevista para este 8M será su pico de crecida. Por abajo sigue la bronca, como si brotara por las alcantarillas de la historia de un pueblo postergado, apaleado, torturado y asesinado. “Los ricos ponen las balas, los pobres ponemos los muertos” es una frase que se repite en las barricadas. El espíritu de Víctor Jara anda por ahí con su prosa potente, mimetizado entre los que resisten a un modelo que les arrebató casi todo menos la dignidad. “La hierba de los caminos la pisan los caminantes y a la mujer del obrero la pisan cuatro tunantes de esos que tienen dinero…”

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/251637-santiago-ciudad-de-hogueras

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