Un pibe de 21 años tiene un rifle automático, un arma de guerra, y decide usarlo. Desde su temprana adolescencia se considera un soldado de la causa, un Blanco, un Ario, un norteamericano que ve su país blanco amarronarse, descender en el caos de la mezcla de razas. Y, a los 21 años apenas, entra en un Walmart y abre fuego. El chico no sabe a cuántos va a matar, pero sabe que del hipermercado él sale muerto o a la cárcel para siempre. Lo hace igual, porque se siente un soldado de una causa, un ejemplo que puede disparar la anhelada Guerra Santa Racial. Esa misma que su gobierno hace lo imposible para evitar, porque su gobierno es cómplice de las fuerzas ocultas que dominan el mundo. Hasta con Trump, los neonazis norteamericanos siguen diciendo que son oprimidos por el Gobierno Zionista de Ocupación.
La ultraderecha norteamericana es única en el mundo por su violencia militarizada y por su doctrina anti estatal. Los skins alemanes, los fascistas italianos, los falangistas disimulados de Vox, los que ven a Jair Bolsonaro como un mesías, los polacos encantados con el autoritarismo, no ven al Estado como un enemigo. La utopía es coparlo, usarlo, cambiarlo, pero el Estado es visto como la gran herramienta y el fundamento para que el Líder pueda gobernar. Los americanos llegan al borde de un anarquismo en el que toda autoridad es opresiva para los derechos “naturales” del hombre blanco. La misma idea de ley es vista con sospecha.
Esto es una evolución reciente en un país que tuvo su movimiento nazi en los años treinta y un rico prontuario de militantes del Klan, antisemitas vociferantes, racistas abiertos y, un clásico, regulares prohibiciones a la inmigración de no blancos. EE.UU. tiene un cimiento tan racista, que hasta los irlandeses, tan colorados ellos, tuvieron que ganarse el derecho de ser considerados blancos. Y ni hablar de gentes más marrones, como los italianos o los croatas… La violencia tampoco estuvo ausente, pero era organizada y canalizada a través de grupos: si una iglesia negra ardía en el sur, no era porque un chico con un rifle la atacaba, sino porque el Klan decidía una “acción” que se hacía en grupo.
Pero en 1975 los americanos perdieron Saigón y vieron una camada de veteranos de guerra radicalizados por la guerra de Vietnam. Eran gente amargada por perder, acostumbrada a una violencia sin formato, con ganas de encontrar un culpable y más racista que cuando había embarcado. Si la segunda guerra mundial creó una solidaridad entre razas por la experiencia compartida, que ayudó a desegregar el ejército, Vietnam creó tensiones nuevas. Entre otras cosas, por la enorme bronca y activismo de los afroamericanos, reclutados al voleo, por pobres nomás.
Un producto del momento fue la revista Soldier of Fortune, que llegó a vender casi doscientos mil ejemplares y a ser el house organ de los que querían hacer carrera como mercenarios o simplemente querían armarse. Su editor, Robert Brown, un ex boina verde, hasta llegó a dirigir escuadrones en la muerte en El Salvador y a combatir con los muyahidin en Afganistán, contra los soviéticos. La revista señalaba oportunidades de trabajo en guerras sucias contra los movimientos de liberación en Africa y Asia, pero también fue un precursor en esto de vender uniformes, armas de combate y explosivos directo al consumidor. Así aparecieron los primeros milicianos blancos, organizados como comandos y presentados como una vanguardia espontánea contra el comunismo y sus cómplices internos, como los sindicalistas y los Panteras Negras.
Pero en 1984 hubo otro cambio y apareció el primer grupo que definió al gobierno norteamericano, a Washington como conjunto, como el enemigo. El grupo era La Orden, también conocido como Brüder Schweigen, que se dedicó a robar bancos para financiar la revolución hasta que el FBI mató o capturó a su dirigencia. Ese mismo año, hay que tener en cuenta, terminaba el primer período de Ronald Reagan, un super-conservador y posiblemente el presidente que más habló de achicar el estado. ¿Por qué los nazis lo veían como un enemigo? Porque no le creían, en parte porque tenía judíos en posiciones prominentes en el gabinete. Un gobierno con ministros judíos no podía hacer una revolución de derechas… En un sermón de la época -La Orden tenía pastores protestantes- se explicaba que Washington se aliaba a Jerusalén, se entregaba a la banca internacional y no movía un dedo para sostener la supremacía blanca.
De aquí surge la idea central que hoy es mayoría entre los 25.000 milicianos armados y el medio millón de simpatizantes que se estima con seriedad existen hoy en Estados Unidos: el gobierno es el enemigo y hay que resistir con las armas. Entre los creyentes hay dos utopías, la de crear una nación puramente blanca en el noroeste, que es una región de mayoría blanca, o la de tomar el poder, liquidar o expulsar a todos los negros, marrones o amarillos, y colgar de sendos faroles a los “traidores a su raza”. En ambos casos, la receta es parecida y parte de una idea del racista Louis Beam, la de crear un movimiento sin líderes ni estructura, imposible de infiltrar, en el que cada militante lleve a cabo sus acciones “como un lobo solitario”. El más famoso de estos lobos fue Timothy McVeigh, el ex soldado que voló el edificio federal de Oklahoma con una bomba casera en 1995. Con 165 muertos y cientos de heridos, el ataque fue el peor antes de las torres gemelas y sigue siendo el más sangriento de la derecha miliciana.
La idea revolucionaria fue expresada en una novela de William Pierce, Los Diarios de Turner, supuestamente las memorias de un veterano de la guerra racial. En la novela, el gobierno pasa la Ley Cohen para desarmar al pueblo, comienza razzias contra los blancos que resisten y crea bandas de negros para intimidar a la mayoría. Los blancos reaccionan cuando un militante abre fuego contra negros y eso dispara una guerra racias que termina cuando logran llevar una bomba atómica, entregada por militares racistas, a Washington y desintegran la ciudad. La purga es masiva y sangrienta, pero una nueva era comienza con la abolición del dólar y con el calendario arrancando de nuevo desde el Año Uno.
El momento clave de la novela, el más representativo, es ese en que los blancos al fin reaccionan cuando uno se alza en armas y comienza a matar enemigos de su raza. Ese es el disparador que buscan estos militantes, como el chico de 21 años que disparó en Walmart. No es sólo un tema de insanía mental, también hay una idea política.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/211464-cuando-los-nazis-se-enamoraron-de-las-armas