El libro El mapa de las Pampas, del cartógrafo Ramiro Martínez Sierra, incluye un mapa del siglo XVII en el que aparece lo que es hoy la zona central de la provincia de La Pampa. Sobre el río Chadileuvú, actualmente desecado, campea esta inscripción: “Paso por donde entran todos los indios a las Pampas”.
A más de tres siglos de distancia esa indicación resulta sorprendente ya que está aludiendo a un frente fluvial de unos 300 kilómetros y, por más que estuviera constituido por un río de alrededor de 200 metros cúbicos por segundo de caudal medio, en semejante distancia debería haber al menos otro paso.
La explicación de esa aparente incongruencia radica en que a partir de la ribera occidental del río, aproximadamente en el tramo que media entre las actuales localidades de Santa Isabel y Puelches, el Chadileuvú constituía un inmenso bañado que, junto con su último afluente –el río Atuel— conformaba un humedal del orden de los 5 mil kilómetros cuadrados inserto en plena franja árida pampeano-patagónica.
Acualmente ese lugar –Tragaltué o Paso del Noque— es apenas una referencia topónimica lugareña, donde una depresión reseca marca lo que otrora fuera el cauce del río, que hace más de tres décadas que no escurre.
¿Qué pudo llevar a semejante situación, a todas luces llamativa, por no decir asombrosa?
Un río amputado
Hasta fines del siglo XIX y comienzos del XX esos humedales, y sus similares de aguas arriba en la misma cuenca –la mayor de las íntegramente desarrolladas en el país— fueron tierras de promisión hasta que los intereses económicos de la región de Cuyo, aprovechando la indefensión política del Estado pampeano en su condición de territorio nacional, desecaron más de medio millón de hectáreas abiertas a la agricultura, ganadería y aún pesca, desertificándola al suprimir el agua fluvial que la alimentaba y condenando a la desertificación y el despoblamiento a toda una región antes próspera. La diáspora poblacional se estima en alrededor de 4 mil personas para la época. En la actualidad, con todo el apoyo oficial a los pobladores supervivientes, el número de habitantes redondea la misma cifra. Valga como indicativo que, de acuerdo con el coeficiente de crecimiento vegetativo estimado por la Unesco, la zona debería tener en la actualidad unos 70 mil habitantes.
No se puede creer que no hubo tiempo de estudiar y armonizar ese desastre ecológico: desde los primeros desvíos fluviales ha trascurrido más de un siglo, y 75 años desde la concreción de las obras hidráulicas que sellaron este absurdo al desarrollo nacional.
La postergación de un instrumento legal aparentemente inofensivo como lo es la Ley de Humedales, a poco de analizarse demuestra las prevenciones a futuro que tienen los grandes intereses, fundamentalmente inmobiliarios, y su tremenda presión sobre los poderes públicos, demostrados por el tiempo transcurrido sin que se pueda llevar el tema al recinto legislativo. De hecho la negación aparece —cuanto menos— como una hipocresía del gobierno nacional, que usó el tema como bandera en la campaña electoral, empalmándolo con enunciados acerca del cuidado del planeta y los riesgos ecológicos que lo acechan.
Se trata básicamente de la conservación y manejo de los humedales, considerándolos como un elemento muy importante integrado al funcionamiento del ambiente.
Patrimonio natural
La integrante de uno de los colectivos defensores de estos accidentes geográficos explica claramente en qué consiste: “Un humedal es “un tipo particular del ecosistema”, que se caracteriza “por la presencia de un suelo fundamentalmente hídrico, no drenado” y que “se mantiene saturado de agua de manera temporal o permanente”. Posee una fauna y una flora que le son propias. Constituyen un “patrimonio natural que vale la pena preservar en términos de calidad ambiental” por muchísimas razones: son reguladores de temperaturas, morigeran los efectos de las inundaciones, retienen excedentes hídricos y atenúan los efectos de sequías prolongadas. Tienen la capacidad de disminuir el potencial erosivo de las tormentas y de estabilizar las líneas de costa. También, una función depuradora, ya que contribuyen a mejorar la calidad del agua para el consumo y la producción. Fundamental: secuestran dióxido de carbono, responsable directo del calentamiento global.”
Son muchos –más de un centenar y medio— los países que, comprendiendo la importancia de los humedales han tomado conciencia de una conservación racional de los mismos, que incluye un aprovechamiento adecuado y armónico con otros intereses. En conjunto conforman una organización muy prestigiosa –Ramsar— la pertenencia a la cual no implica ninguna pérdida de soberanía, algo que evidencia el número de países integrantes. En toda la Argentina, hay solamente dos estados provinciales con esa pertenencia: La Pampa es uno de ellas, con más de medio millón de hectáreas antaño pobladas y hoy integradas a la franja desértica del país.
* Walter Cazenave es Doctor en Geografía Física.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/417031-los-humedales-de-los-que-nadie-habla