La Cumbre de las Américas, que fue convocada por Washington para reafirmar su hegemonía en la región –desafiada por la marea euroasiática que representan Rusia y China–, se convirtió en una señal de lo opuesto al poner en evidencia el malhumor con Estados Unidos en los países de la región. En contrapartida, se abrieron condiciones para una construcción regional que establezca una relación con el Norte que no sea de subordinación.
Toda la discusión previa sobre la participación argentina quedó superada con el discurso del presidente Alberto Fernández. Ir para quedarse callado y aceptar el acto de sumisión que necesitaba Washington para mostrar al mundo que es el patrón de la vereda hubiera profundizado las diferencias en el Frente de Todos. Pero entre no ir como gesto de rechazo a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela o participar para expresar a viva voz ese rechazo, sin duda que fue más fuerte la decisión de participar.
El debate se generó a partir de la decisión del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador de no participar en la Cumbre, como protesta por las exclusiones decididas en forma unilateral por Estados Unidos. Si López Obrador no iba, entonces Alberto Fernández no podía ser menos. La contraposición entre los dos presidentes: López Obrador que militó su ausencia en la Cumbre, frente a la decisión de Alberto Fernández de participar, fue presentada en desmedro del mandatario argentino.
Con la intención de mostrar a Alberto Fernández como manipulado por Estados Unidos se dijo también que el discurso estaba pactado con el presidente norteamericano Joe Biden. En realidad, si los términos del discurso que pronunció estaban negociados, podría decirse que fue una buena negociación para el lado argentino. Es probable que haya sido así hasta un punto.
Lo que hubo fue un trabajo de Cancillería con los países de la Celac para incorporar algunos temas puntuales. Y con el que sí se intercambiaron opiniones fue con López Obrador. Los dos presidentes estuvieron de acuerdo, por ejemplo, en poner énfasis en las críticas a la gestión regional de la administración Donald Trump. Alberto Fernández subrayó al desplazamiento de Latinoamérica de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, la utilización de la OEA en el golpe contra Evo Morales y la maquinación del préstamo monumental del FMI para respaldar a Mauricio Macri, e impedir su derrota electoral.
En el partido de gobierno mexicano (MORENA) también se habían planteado diferencias sobre la actitud frente a la Cumbre. Mientras López Obrador se inclinaba por la ausencia, su canciller y más seguro sucesor, Marcelo Ebrard, era más favorable a una participación como la de Alberto Fernández. Pero hubo acuerdo entre los dos presidentes y los demás miembros de la Celac para que hablara en representación de este organismo que integran todos, menos Estados Unidos y Canadá.
La Celac podría ser un sello si no fuera porque la sostiene una necesidad creada por la imposibilidad de interactuar entre los países de la región en organismos intervenidos por Estados Unidos, como la OEA. Esa necesidad le da sustancia. El hecho de que los términos tan fuertes del discurso del presidente argentino se hayan formulado en representación de todos los países de Latinoamérica y el Caribe dió un volumen mayor a la crítica por las exclusiones.
En gran medida la Celac fue concebida con ese propósito. Es irreal darle la espalda en la región a Estados Unidos y Canadá que, en general actúan como socios en la diplomacia regional. Pero al mismo tiempo ha sido imposible establecer una relación no subordinada, en igualdad, de país a país. La Celac, como entidad representativa buscó poner un equilibrio en esa ecuación. Y la participación del presidente argentino en representación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) fortaleció al organismo y dió más densidad a su discurso.
Uno de los temas centrales para las que había sido convocada esta Cumbre se refería a los problemas migratorios. Pero no asistió la mayoría de los países de origen de las corrientes migratorias hacia Estados Unidos. Por distintas razones, no estuvieron los presidentes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y México. Esta fue la Cumbre con más inasistencias, un dato que también es revelador de las dificultades de Estados Unidos en la región.
El discurso de Alberto Fernández en representación de la CELAC no hizo más que describir un escenario real y la responsabilidad de Estados Unidos. El bloqueo a Cuba tuvo uno de sus picos más altos de insensibilidad cuando la pandemia había llegado a su apogeo en la isla y sus hospitales estaban al borde de la saturación. Estados Unidos, que ya había superado la emergencia más crítica, bloqueó la exportación de oxígeno para los pacientes cubanos más graves y amenazó a los países que lo hicieran.
A diferencia de Rusia, que mandó cargamentos de su vacuna Sputnik, o de Cuba que produjo y distribuyó la suya en el Caribe, Estados Unidos cerró la salida del país, no solamente de vacunas, sino también de todos los elementos sanitarios relacionados con la pandemia, como las jeringas, una de las razones por las que México no pudo envasar la vacuna Astra Zeneca que producía junto con Argentina.
Pero hasta el mismo discurso de apertura a cargo de Biden parecía una crítica a la política tradicional de Estados Unidos para la región. “La economía del derrame no funciona” descubrió la cabeza de la potencia que impuso a sangre y fuego en los países de América Latina las políticas neoliberales del derrame que profundizaron la desigualdad y convirtieron a la región en la más endeudada del planeta, como señaló Alberto Fernández en su discurso.
Santiago Cafiero ya había cuestionado duramente en la Organización de Estados Americanos el papel que tuvo el organismo en el golpe contra Evo Morales. El pedido del reemplazo de las autoridades de la OEA y su reestructuración fue formulado en representación de los países de la Celac frente al país que todo el mundo sabe que controla las decisiones de ese foro.
La Cumbre se convirtió así en el síntoma más claro de la crisis del sistema institucional de relaciones en la región. Un sistema que tiene a su creador, Estados Unidos, en el vértice de todas las decisiones. Aunque no lo nombró, fue claro que el pedido de Alberto Fernández tenía un sentido general, pero también puntual en el actual secretario general de la OEA, Luis Almagro, que funciona como un alfil de Washington.
Ese cuadro que pone en evidencia la dificultad de Estados Unidos para mantener su hegemonía regional indiscutible, abre posibilidades para una conformación institucional diferente, más cercana a la que iniciaron Néstor Kirchner, Lula, Chávez, Correa y otros líderes latinioamericanos de principios de milenio, a través del fortalecimiento del Mercosur, la Unasur y la Celac, con un Banco del Sur. Y desde esa construcción relacionarse con el resto del planeta, Estados Unidos y las demás potencias incluidos.