Homenaje a los caídos en el Café de los Angelitos | “A seguir agitando sus banderas” 

Entre el 19 y el 26 de abril de 1976 grupos de tareas de la Armada secuestraron a una treintena de militantes de la Unidad Básica “Combatientes Peronistas”, que funcionó en un caserón de Vicente López donde transcurrió gran parte de la historia de la Columna Norte de Montoneros. El espacio fue recuperado a fines de los ’90 y convertido en Casa de la Memoria y la Resistencia Jorge “Nono” Lizaso, el principal referente de la organización en esa zona. Lizaso cayó el 26 de abril junto con compañerxs con quienes intentaban dar contención a los suyos ante el avance del Estado terrorista y terminó “despellajado en vida” en la ESMA, escribió Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar. El operativo fue en el Café de los Angelitos, donde se habían citado, en la esquina porteña de Rivadavia y Rincón. A 46 años de aquella cacería, sobre esa vereda donde una baldosa recuerda los nombres de quienes allí fueron desaparecidos, la Casa de la Memoria realizará el martes a las 18 un acto para homenajearlos y “seguir agitando sus banderas”.

“La caída de mamá tuvo como preludio el secuestro del Negrito”, dice Mario Niemal en referencia a Floreal Avellaneda, que tenía 14 años cuando el Ejército lo secuestró junto con su madre, Iris Pereyra, para torturarlos en Campo de Mayo. “Vivían en la misma manzana, Floreal padre era militante gremial. A ellos se los llevan el 16 de abril a la madrugada y a los tres días vienen a buscar a mi vieja, que era delegada en FATE Electrónica, en San Fernando, y militaba en la Juventud de Trabajadores Peronistas (JTP)”, recuerda.

Mario es hijo de Jorge Niemal, militante montonero que sería secuestrado en el Café de los Angelitos, y de María Rosa Mora, arrancada aquel 19 de abril de su lugar de trabajo y víctima de uno de los primeros vuelos de la muerte. “Mi viejo iba con el ‘Nono’ Lizaso a todos lados y estaba a cargo de una imprenta cerca de la Unidad Básica”, apunta, y aclara que “Jorge y Miguel Lizaso eran los referentes de la militancia de Vicente López”. (El padre de los Lizaso, Pedro, había sido en 1945 el primer intendente peronista de esa localidad, y uno de sus hijos, Carlos Lizaso, fue uno de los fusilados de la masacre de José León Suárez, en 1956).

“Cuando secuestran al Negrito toman toda la manzana y mis viejos dejan la casa”, recuerda Mario, que atribuye a sus siete años de edad el hecho de no haber caído en manos de la dictadura. “No tenía 14 años para que me torturaran ni un año para que me regalaran. ¿Se lo quiere quedar?, le preguntaron a mi abuela. Sí, claro, dijo. Robaron todo, se fueron en el coche de mi viejo. A mi abuela la sacaron arrastrando hasta la puerta de calle, donde uno dijo ‘déjenla que está cuidando al viejo’, su padre, y no la llevaron”.

“Después de secuestrar a mí mamá volvieron a casa a interrogarme, el mismo colorado que hizo el procedimiento, a preguntarme por el Nono (Lizaso) y la China (su compañera María del Carmen Núñez). Todavía recuerdo al milico en una punta de la mesa de la cocina y a mi abuela en la otra. También llamaban por teléfono y un supuesto ciruja dormía en la esquina”, recuerda Mario, que declaró como testigo en el juicio ESMA III.

La de María Rosa fue una de las primeras caídas vinculadas a la Unidad Básica y fue a partir de ese dato que el Ejército accedió a intercambiar secuestrados con la Armada y la dejó en manos de los interrogadores de la ESMA, abocados a desbaratar la Columna Norte de Montoneros. Días después, el 9 de mayo de 1976, pescadores uruguayos se toparon con el cadáver que el Río de la Plata había arrojado en las costas.

“Cuando empiezan los vuelos de la muerte y aparecen cuerpos en la costa de Uruguay los diarios inventan una historia de coreanos polizones, por los ojos achinados, hasta que aparece una mujer que tenía sólo un día en el agua e inventan que era una copera de un cabaret de Montevideo. Entonces los milicos dicen ‘somos nosotros, no publiquen más’ y dejan de sacar esas noticias. Pero Prefectura sacaba fotos, armaba legajos y por Interpol avisaba al país vecino. Con esas huellas identifican a mi mamá, y no hacen nada, la entierran como NN en el cementerio norte de Montevideo. Dos años después pasan los restos a un osario colectivo”, donde Mario y su abuela recién podrían acercarle un ramo de flores un cuarto de siglo más tarde, tras la identificación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

Durante aquella semana de abril de 1976 continuaron los secuestros vinculados a la Unidad Básica. “Los militares seguían al grupo del Nono y hasta dar con él secuestraron a otras 30 personas. Ese martes 26 de abril a la tarde, el Nono convocó a una reunión en el Café de los Angelitos para darles contención y guita a compañeros en desbande, que apenas habían alcanzado a irse de sus casas con lo puesto”, recuerda en base a un trabajo de reconstrucción colectivo que sigue en curso. “Hubo gente que llegó más tarde, después del procedimiento, no sabemos si porque fueron citados más tarde, como Diego Guelar, el ex embajador del Pro en China”, añade.

“Aparentemente primero llegan Alejandro Lagrotta, tesorero de FATE, con la esposa. Después llegarían el Nono, la China y mi viejo. Adentro se arma un tiroteo, aparentemente la China saca el arma primero y la hieren gravemente. Algunos testimonios dicen que muere en el lugar, otros que llega mal herida a la ESMA y muere enseguida. Al Nono lo hieren, grita ‘me están secuestrando’ Los familiares dicen que murió en el viaje, Walsh que lo despellejaron en la ESMA. De mi viejo dicen que lo hirieron en la vereda, después lo ven en la ESMA, adonde también llevaron a Lagrotta”, repasa. Su mente registra infinidad de episodios que relata de un tirón, con datos precisos que se alternan con espacios en blanco de un rompecabezas que nunca termina de armarse.

La historia de Mario tuvo un quiebre en la Marcha de la Resistencia de las Madres de diciembre de 1998. “Ahí leo un volante que mencionaba a la Unidad Básica a cuatro cuadras de casa, me cuentan que la habían abierto y me quedo duro. Volví corriendo, pregunté en la puerta, sale Lita (Artola, primera presidenta de la Casa de la Memoria, ya fallecida) y antes de que me presente se larga a llorar: ‘Sos el hijo de María Rosa’, dice. Encontrar a esos compañeros fue empezar a armar el rompecabezas. A partir de ahí me contacto con los antropólogos, me encuentra la CNN (que en base a la historia de María Rosa produce el documental La Doble Desaparecida), y empecé a acercarme y a tomar responsabilidades. Hoy soy el contador de la asociación y barremos todos los sábados”, sonríe Mario, e invita a conocer la vieja casa de Malaver y Mitre que en los ’70 fue sede de la coordinadora zonal de la Regional 1 de la Juventud Peronista, donde se reunían los militantes barriales, sindicales, villeros y estudiantiles que conformaban la “Tendencia Revolucionaria”.

                                                                                                                 Enrique García Medina

“En 1999 fuimos con mi abuela al cementerio de Montevideo, donde están los restos de mi vieja. Poco después murió. Ella estuvo en Plaza de Mayo desde el principio, hizo toda esa búsqueda antes de que se creara Madres, sufrió amenazas de todo tipo, contaba que las subían a un camión y las llevaban a Campo de Mayo, hasta que dejó de ir. Alguna vez me contó también que dormían destapados porque pensaban que mi mamá tendría frío y era una manera de estar juntos”, relata.

Cuando el cronista se disculpa por hurgar en episodios tan dolorosos Mario explica que es parte de su terapia. “Me tomé el deber de testimoniar. Voy por las escuelas contando la historia, los chicos escuchan y se ponen en tu lugar cuando eras chiquito, se crea un feeling con ellos. Nunca hice terapia, nunca me animé, y esto para mí es terapia, ahora lo puedo contar con menos angustia, es una sanación también. Mis viejos son parte de los 30.000”.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/417198-homenaje-a-los-caidos-en-el-cafe-de-los-angelitos

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