Para Cambiemos, gobernar es explicar por qué lo que prometieron no termina ocurriendo. A cada promesa que no se cumple le continúa otra que tampoco se cumple. Pero esas promesas falsas desempeñan una función: mientras se demuestra su falsedad, el gobierno gana tiempo para avanzar con sus planes de endeudamiento y ajuste.
Toda promesa coloca sus beneficios en el futuro y, en simultáneo, le resta a quien promete responsabilidad en el presente. Ya en el año 1959, Álvaro Alsogaray nos decía: “hay que pasar el invierno”. José Alfredo Martínez de Hoz, en tiempos de la dictadura cívico-militar, señalaba que “el argentino en general no está acostumbrado a sufrir mucho, y cuando se le pida que sufra un poco no le gusta”. Más recientemente, Carlos Menem y Domingo Cavallo aseguraban “estamos mal pero vamos bien”. Mauricio Macri, en estos últimos años,ha sostenido que”lo peor ya pasó”, y que es necesario atravesar el malestar para luego acceder al bienestar. En esta concepción, el futuro es móvil, se va corriendo de manera permanente y no se lo alcanza nunca. El resultado es que la mayoría de la sociedad vive todo el tiempo en un presente de sufrimiento.
Es siempre el mismo relato. El pasado heredado es muy duro, en el presente hay que asumir el sacrificio y en el futuro encontraremos la felicidad.
Esto es lo que nos viene diciendo el gobierno desde que asumió. Primero era “la pesada herencia”, que nos imponía un presente difícil, pero era el paso previo a que todo mejorara en el segundo semestre. Por supuesto, tal mejora no ocurrió. Luego las cosas iban a comenzar a andar bien en el segundo año. Tampoco sucedió. Después, había que atravesar las elecciones de medio término, porque estaba “el fantasma de Cristina”y su candidatura a senadora en la provincia, la que, según ese relato,generaba inestabilidad en los mercados y espantaba a los inversores. Posteriormente, el despegue iba a producirse en 2018. Y luego en 2019. Mientras se prometían mejoras para el futuro, se aplicaban medidas en el presente cuyos resultados empeoraban ese futuro.
Ahora, el problema sería que hay otra vez elecciones. Muchos argentinos, según muestran las encuestas, parecen predispuestos a votar evaluando que estaban mejor con el gobierno anterior. Según el relato oficialista, la voluntad de la ciudadanía de apoyar a la oposición produce inestabilidad. Siguiendo esa misma perspectiva, los “mercados” se opondrían a que en las elecciones ganen candidatos muy distintos a los que el gobierno promueve. Lo ideal, para él, serían elecciones con candidatos únicos: los propios. Pero hay otros. Entonces, cuando estos otros comienzan a aparecer en las encuestas como posibles ganadores, son señalados por el gobierno como los causantes de la inestabilidad y de la reacción de los “mercados”.
Está claro: este gobierno que, entre otras cosas, se presentó como una alternativa para mejorar la calidad institucional y consolidar la República, ahora aparecería induciendo la idea de que el problema es la democracia. Porque si son los procesos electorales y la voluntad de la gente los que hacen que los mercados actúen de modo inestable, y hay elecciones cada dos años, entonces el problema son esas elecciones. La democracia, para ellos, es un sistema con resultado único: si no ganan los que ellos quieren, entonces, la alternativa es la crisis.
Lo que el Presidente debería decirnos es otra cosa: “someto mi gestión al juicio de la voluntad popular, y ella nos dirá qué futuro quiere para la Argentina luego de las próximas elecciones”. Eso es la democracia: la posibilidad de elegir entre proyectos distintos.
El Presidente, al afirmar que hay un único camino, está diciéndonos que sólo es aceptable el resultado electoral que él y su gobierno promueven.
Pero la realidad sobre la crisis es otra. Ellos superendeudaron al país y, ahora, tenemos por delante un cronograma de vencimientos que, tal como está diagramado, es imposible de cumplir. Por eso, va a ser necesario proponer una negociación que genere un cronograma de pagos posible de afrontar.
El Fondo Monetario, como ha hecho históricamente, pone condicionalidades que tienen que ver con los objetivos que pretende lograr, lo que llama “las reformas estructurales”, el ajuste fiscal, la reforma del sistema previsional y del sistema laboral. Los vencimientos de los créditos del Fondo están diagramados para tratar de generar una condicionalidad muy fuerte para el próximo gobierno. Es imposible suponer que la Argentina puede desembolsarle al FMI 20 mil, 25 mil millones de dólares al año. ¿De dónde los va a sacar? Está claro que cualquier gobierno, incluso el actual, si fuera reelecto, va a tener que renegociar con el FMI. Lo que sucede es que, según el gobierno de que se trate, esa negociación se hará aceptando las condicionalidades que el Fondo impone o recuperando la capacidad de decisión soberana del país. Portugal lo hizo recientemente: les dijo a los acreedores que les iba a pagar y les pagó. Pero también les dijo que no les iba a aceptar condicionalidades y que, por ejemplo, les impusieran cuánto tenían que ganar los ciudadanos y ciudadanas o cuánto tenían que gastar en salud y en educación. De ese modo, demostró que hay otro camino: un proyecto soberano, que no está exento de dificultades, pero que es una senda transitable.
Un gobierno que gane con fuerte respaldo popular a fin de año y que asuma con esa convicción no va a declarar el default, porque la Argentina no necesita declarar el default. Lo que necesita es una negociación seria para lograr, como en algún momento lo hizo Néstor Kirchner, condiciones aceptables para desarrollar un proyecto que tenga en cuenta los intereses de la Nación. Fue Néstor Kirchner quien sacó a la Argentina del default. Y no fue Adolfo Rodríguez Saá quien lo generó. Este sólo lo oficializó. Al default lo produjeron políticas del mismo cuño que las actuales, que destruyeron la economía y la capacidad de pago del Estado.
La crisis no es generada por las elecciones. A la crisis la producen las políticas públicas del gobierno y las condicionalidades a las que éstas están sometidas. Ni hay un único camino ni la oposición genera inestabilidad. La democracia, lejos de ser un problema, es el único instrumento para llevar adelante un proyecto que exprese los intereses de las mayorías populares.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/190359-la-democracia-no-es-el-problema