La vida en el centro

La vida en el centro

“Hola Martita, hoy te mando un abrazo especial, un abrazo fuerte de osa mayor”, dice el mensaje y cuando lo leo esta emoción húmeda que me sigue como la sombra que no se descoció de mis zapatos se instala justo atrás de los maxilares, tiene un gusto ácido porque lo retengo, estoy determinada a que no se convierta en lágrimas. Pero para qué. Le contesto y le agradezco, por el abrazo, pero más aun por su persistencia en tenerme presente a mí como a otrxs hijos e hijas de quienes estuvieron secuestrados en Brigada Güemes y nunca volvieron o volvieron como huesos escasos, sin un resto de calor aunque hayan sido capaces, esos huesos, de reflejar tanto cariño. Le agradezco también por su memoria, por su testimonio repetido cada vez que fue necesario, por haber hecho manada con otras sobrevivientes que aprendieron en la lucha contra la impunidad a quererse, a reírse juntas, a convertir una experiencia demoledora en denuncia y a la vez en amparo. Gracias, Cristina, gracias por tanto.

Muy temprano en la mañana, en ese gesto mecánico de pasar la pantalla del teléfono como si saliéramos a ver el mundo que no podemos, me encontré con una foto de mi mamá, sus cuatro hijes, su compañera Gladys Porcel y sus dos hijos. Estábamos en el zoológico, las dos mujeres tienen la mirada perdida, ven más allá de la cámara que seguro tenía un trípode como se usaba entonces en los paseos públicos donde las vendían como el recuerdo que ahora se toma con otro arte para la pose de la felicidad. Todos los niños -yo soy la única niña- están con la ropa un poco desprolija, los saquitos más arriba de la panza, las botamangas de los pantalones mal dobladas. De tanto mirar esa foto que recuperé no sé de dónde, he creído adivinar en sus caras restos de algodón de azúcar, un pegote de chupetín. Pero yo no puse esa foto en las redes, la puso uno de mis hermanos y me lo imagino en su casa mendocina mostrándosela a su hija, a su hijo del otro lado de la cordillera viendo lo que puso su papá; veo los hilos de la memoria haciéndose más gruesos con los años y por supuesto, la emoción hace agua. Porque fueron muchos los años en los que apenas hablábamos entre nosotres, muchos los años en los que la imposición del silencio para no tocar la zona del dolor nos mantuvo lejos. Porque lo no dicho ocupa demasiado espacio y se corrompe, duele como una infección. Nosotres, y con nosotres cientos de miles, hemos llenado esas zonas mudas de palabras. No importa cuántos años nos llevó, los que fueron necesarios, fuimos persistentes, insistimos. 44 años después de ese primer 24 de marzo, la foto la posteó uno de mis hermanos y en la dulzura de la palabra “mamá” en el texto se desarman las distancias, se comprime el tiempo, somos otra vez esos niñes mal vestidos que fuimos al zoológico cuando el Estado Terrorista nos perseguía porque había una mujer -dos con su compañera- que siguieron criando a pesar de la persecución y del miedo. Esa memoria de un coraje que tenía el gusto del algodón rosado de los paseos infantiles también arde en este día, ilumina la voluntad de seguir alimentando confianza y autonomía aunque a veces tengamos miedo, de la pandemia, del control social, del vecino que señala como si eso le diera seguridad, como si la seguridad fuera algo que se consigue acusando a otro.

Hay citas que este año no tuvieron lugar, no nos juntamos a renovar las banderas, a llenar de sentidos nuevos las consignas de siempre; estamos en suspenso, aprendiendo nociones desconocidas del cuidado. El 24 de marzo, este día de lucha, lo es también porque nos encontramos con afectos que se forjaron en la persistencia por forzar a la memoria para que hable del presente, en la inclaudicable decisión de derrumbar la impunidad para los crímenes del Terrorismo de Estado, en la tenaz búsqueda de quienes están vivos y aun desparecidos porque su identidad sigue capturada por las redes de silencio cómplice, en la amorosa reconstrucción de las biografías de quienes nos faltan para siempre. Nos encontramos en la calle y nos abrazamos, concretamos la venganza de inventar vidas dignas de ser vividas, de ser felices porque nos tenemos. Esta vez el encuentro fue distinto, fue por las redes, las fotos que se comparten, los pañuelos que se colgaron en ventanas, balcones, en los árboles del barrio que caminamos sólo hasta el negocio más cercano. No todos los pañuelos dicen lo mismo y eso es una enorme ganancia de este pueblo que abraza a quienes empezaron esta lucha pero que la hace propia y la llena de vida. Los pañuelos dicen Nunca Más pero también piden derechos, dicen Ni Una Menos, dicen techo, tierra, trabajo. Dicen educación para todes, dicen lo que nos mantiene entrelazados y entrelazadas entre hilos de memoria y de presente, de rebeldías que no se calman, que llaman a la mesa a las voces que todavía no hablaron. Tenemos una enorme tarea por delante, no se trata de herencia, no es recambio generacional, es un diálogo permanente el que habilita este pacto que construimos juntes y que dice que no vamos a volver a permitir ninguna política de exterminio ni vamos a tolerar la impunidad. Se dijo en las calles muchas veces, hoy se dice en fotos, en dibujos, en mensajes, en abrazos dados a la distancia, apenas aplazados hasta que nos volvamos a encontrar. Hay citas que este año no tuvieron su cuerpo a cuerpo, pero que al atardecer luminoso de este 24 de marzo están sucediendo.

No marchamos, pero la marcha no se suspende, se aplaza. Esa idea es la que me permitió dormir en la víspera. Podemos marchar en primavera, esa que nunca nos pudieron robar. O tal vez en el verano, pero vamos a marchar. Ahora toca poner en el centro la vida, que es lo que defendemos en cada marcha. Una vida digna como la que soñó la generación masacrada, con la dignidad que ahora queremos, sin exclusiones, con ternura, al paso de quienes van más lento. Estamos en casa quienes tenemos esa ventaja, nos quedamos también por quienes tienen que estar afuera. No seremos las mismas personas que ahora somos en medio de esta incomodidad y este desconcierto en el que las exclusiones son visibles y dolorosas. No sabemos cómo volverá la vida cotidiana que conocíamos, pero la verdad es que queremos otra y por eso nos movilizamos año tras año, incluso este de la manera en fue. Queremos una en la que nadie quede afuera porque ese sería un verdadero Nunca Más, acorde a la persistencia de todos estos años.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/255106-la-vida-en-el-centro

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