El cronograma legal imponía presentar hasta la medianoche los partidos o coaliciones que disputarán las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). La casi totalidad de los competidores avanzaron más y lanzaron sus fórmulas presidenciales a las que se sumó ayer la de Roberto Lavagna–Juan Manuel Urtubey. Dos peronistas que no tienen pinta de serlo, en una de esas un atajo para gorilas pudorosos a la hora de reconocer su identidad.
El frentismo está de moda, tanto como los nombres novedosos de las alianzas. La rosca continúa y se exacerbará hasta el sábado 22. Compatibilizar una lista entre varios aliados es una tarea ardua, hacerlo con decenas de boletas se parece a las hazañas de Hércules. La demanda supera a la oferta por goleada: hay muchos más aspirantes que cargos electivos. Operadores trabajando a destajo, encuestadores desafiando la brutal recesión… Se formarán decenas de mesas, se cruzarán miles de intercambios entre celulares pinchados. La Agencia Federal de Inteligencia (AFI) estará en apuros para organizar tanta información. Acaso se fijen horas extras para los “servicios” a quienes se les escaparon varios elefantes ensillados en los meses recientes (empezando por el libro de Cristina Fernández de Kirchner y su enroque con Alberto Fernández).
Los repartos serán claves de lo que vendrá y, acaso, desmentirán muchas leyendas urbanas. Los intereses, los cargos, tiran más que una yunta de bueyes. La aprobación de los mercados no sacia a mujeres y hombres que pugnan por seguir en carrera, cumplir con su vocación y sus ambiciones. O todo eso entreverado en proporciones variadas.
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El “espacio” conformado por el Partido Justicialista(PJ), Unidad Ciudadana y el Frente Renovador ofrece un final más abierto que el de sus rivales. Está latente la posibilidad de una PASO presidencial entre Alberto Fernández y Sergio Massa. Este la desea o la utiliza como recurso para regatear o un mix.
Massa dispone de votos y cuenta con apreciable cantidad de compañeros de ruta. Muchos ocupan posiciones institucionales (legisladores, concejales, intendentes) o tienen ambiciones firmes y cierto derecho a reclamar que “Sergio” no los deje afuera. En eso se diferencia de Lavagna, Urtubey, Pichetto o los outsiders como Matías Lammens o Facundo Manes. Individualidades que no deben reportar a ningún colectivo y llegan a negociar ligeros de equipaje y de compromisos con terceros.
Muy otra es la ecuación de Massa y de los referentes kirchneristas. La fuerza propia les reclama ser representada y defendida. El clamor, estridente o asordinado, repiquetea en la cabeza de los referentes. La “tropa” de Massa usa calculadora y analiza qué podría pasarle si su líder va a una primaria sin asegurarle sitios en la lista de unidad. Un abanico de posibilidades, no siempre estimulantes.
Los cargos legislativos son suelo firme, estable durante cuatro o seis años. Quien es elegido, sobrevive ahí más allá de la suerte del presidenciable. Diferente es el porvenir de los radicales que esperan que Macri les conceda lugar en cargos ejecutivos. Dependen de dos factores acumulativos, no garantizados: que haya reelección y que ese Macri fortificado sea más generoso que quien gobernó desde 2015. Hummm.
Un relato expandido propone que la candidatura de Pichetto deparará más cargos legislativos para los radicales e imantará a la vez adhesiones de los gobernadores peronistas. La matemática del cronista llega a otras conclusiones. No hay riqueza (pongalé cargos) para todos y tantos, la distribución es conflictiva: a veces la política se parece al capitalismo.
Los gobernadores van consiguiendo su objetivo primordial: perdurar en sus provincias. El segundo es que su gente consiga diputaciones y senadurías nacionales en octubre. Estas se disputan en la primera vuelta lo que hace aconsejable (o hasta básico) arrimarse a quien tenga pinta de salir primero en esa ronda. El ballotage es otra galaxia. En buena dosis un problema de los presidenciables con cuyo ganador se transará más adelante. Así las cosas, si Macri abre el juego a aliados de gobernadores no cambiemitas (sumando a Río Negro, por ejemplo), achicaría el caudal a repartir entre las gentes de PRO y los boinas blancas.
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Con la atípica, impredecible, excepción de Cristina cunde una sobrevaloración de la influencia de los vicepresidentes, al menos hasta hoy. Desde 1983 ninguno fue una pieza importante del oficialismo de turno. Cuatro tuvieron duros enfrentamientos con el presidente: Víctor Martínez, Carlos Chacho Alvarez, Daniel Scioli, Julio Cobos.
Repartir poder contradice las tendencias del presidencialismo. Atribuirle a Pichetto capacidad inédita para encolumnar a los gobernadores justicialistas desconoce, entre otros detalles, que Macri ya lo hizo durante tres cómodos años.
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El LEGO de las listas sacará de quicio a más de cuatro. Hay que contemplar intereses y, por qué no, valores. La buena imagen cuenta. También algo sencillo solo en apariencia: ser conocido. Un desafío que deberán atravesar muchas figuras que la Vulgata de derecha “vende” como re-queridas y famosas y que son desconocidas por millones de potenciales votantes.
A este cronista le fascinan las negociaciones que son puntal de la política. Deplora el desprecio de los pseudo moralistas que desdeñan las ambiciones (ajenas o de otras ligas) y “los armados”. Uno pagaría unos pesos por metamorfosearse en mosca por unos días y colarse en las tertulias, las trenzas, las pulseadas, las broncas, las manos que se estrechan, los pactos preexistentes que vuelan por los aires o perduran porque los milagros también existen.
Arde la “faz agonal” de la política, como bautizaban los viejos científicos sociales. Pocos saben de qué se trata dicho arte. Como sucede con el fútbol, cualquiera habla de política. La diferencia, sensible, es que hay muchos argentinos que jugaron a la pelota, así fueran pataduras. La praxis política es ajena a una cantidad pasmosa, en particular entre periodistas y académicos afamados.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/199971-las-negociaciones-que-faltan