Desde Londres
Boris Johnson, el Donald Trump de la política británica en tiempos de Brexit, es el favorito para suceder a la primera ministra Theresa May. Simpático, excéntrico, ocurrente, mentiroso, oportunista, el ex alcalde de Londres y ex canciller de May arrasó en la primera ronda de votación interna del Partido Conservador y cuenta con el apoyo del grueso de los activistas conservadores, unos 160 mil miembros que decidirán en el voto final quién será el próximo líder partidario y premier del Reino Unido.
Según sus adalides, Boris es el único candidato con carisma para evitar la desintegración del Partido Conservador, garantizando la salida de la Unión Europea el 31 de octubre y neutralizando el peligro de debacle electoral que representan la recalcitrante derecha del Brexit Party de Nigel Farage y la izquierda laborista de Jeremy Corbyn.
Según sus detractores, las grietas de su personalidad, su irresponsabilidad y su incompetencia, disfrazadas con desenfado mediático y aristocrático encanto populista, quedaron a la vista en los dos años que estuvo al frente de la política exterior británica en la negociación con la Unión. Boris Johnson será popular, pero es un bufón, sin ideas propias, con nula capacidad de gestión.
El Reino Unido está en una situación crítica. El 31 de octubre será una espada de Damocles para el nuevo gobierno. El parlamento quiere garantías de una salida con acuerdo. La mayoría de los candidatos Tory, con Boris a la cabeza, plantean que lo principal es la salida de Europa. En juego está la relación con un bloque que representa la mitad de los intercambios comerciales británicos y que es clave para su liderazgo financiero global. La misma evaluación oficial es que una salida sin acuerdo será desastrosa. La economía ya se contrajo un 0,4 el último trimestre. La libra cayó un quince por ciento frente al dólar desde el referendo en 2016.
La situación del Partido Conservador es igualmente crítica. En las elecciones municipales de mayo quedó en cuarto lugar detrás de los verdes, laboristas y liberal-demócratas. En las europeas unas semanas más tarde empeoró el desastroso desempeño de las municipales: quinto con un magro nueve por ciento. El triunfador de los comicios europeos fue una flamante agrupación de conservadores anti-europeos, el Partido del Brexit. Con el monotema de la salida cosechó más del treinta por ciento de los votos.
Junio no mejoró las cosas. En una votación para sustituir a la representante parlamentaria de Peterborough, ciudad al noreste de Londres, los conservadores salieron terceros, detrás del Brexit Party y de los ganadores, los laboristas de Corbyn. Las encuestas no le dan hoy más de un veinte por ciento de intención de voto. Los tory dominaron la política británica del siglo XX y de la segunda década del 21, pero hay analistas que comparan su situación con la de los conservadores en Canadá, barridos del mapa en las elecciones generales de 1993.
¿Es Boris Johnson el hombre que puede evitar esto y sacar al mismo tiempo al Reino Unido del laberinto del Brexit? El carisma es un ingrediente importante después de tres erráticos años de Theresa May, bautizada Maybot, combinación de su apellido y la palabra robot. A muchos británicos –y no solo conservadores– les cae bien la informalidad de Boris, el pelo siempre desarreglado, ese aire de cómico que está más allá de la política, rasgo que en la democracia actual parece tener un creciente espacio. Así se ve en las victorias del cómico-presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky y del guatemalteco Jimmy Morales.
Con estos líderes y con Donald Trump, Johnson comparte una inclinación natural al exabrupto y el escándalo. Sus jefes de campaña están dosificando sus salidas públicas, conscientes de que el humor público es impredecible y su desenfado de chico malcriado, popular hoy, puede costarle caro mañana. Como canciller, cuando le plantearon las objeciones empresarias al Brexit, respondió “fuck business”. En una entrevista radial aseguró que una anglo iraní detenida en Teherán estaba enseñando periodismo cuando fue detenida por espionaje mientras que su familia había jurado que estaba de vacaciones: los iraníes le creyeron a Johnson. Nazanin Zaghari-Ratcliffe sigue detenida.
En el lanzamiento de su campaña el miércoles Johnson, prometió bajar los impuestos para los ingresos más altos, un programa de “One Tory nation” -conservadurismo paternalista y popular- y salir de la Unión el 31 de octubre, con o sin acuerdo. Las dos primeras promesas son incompatibles y se parecen mucho a las de Mauricio Macri circa 2015: reducir la recaudación con rebajas impositivas que costarán unas 10 mil millones de libras y, al mismo tiempo, llevar adelante una política social que requiere inversión estatal sin elevar la deuda pública. Nadie le prestó mucha atención a estos detalles porque lo que definirá el nombre del nuevo primer ministro británico será el Brexit.
Boris lleva la delantera. Entre los 114 diputados que lo apoyaron en la primera ronda el jueves (casi el treinta por ciento de la bancada tory), figuran más de veinte que votaron a favor de permanecer en la Unión en el referendo de 2016. El complejo sistema de votación establece que a partir de la segunda ronda este martes, los candidatos tiene que obtener el apoyo de un diez por ciento de la bancada parlamentaria, 33 diputados. Cuando solo queden dos candidatos, la decisión recaerá en los 160 mil miembros del Partido Conservador: el resultado se conocerá el 22 de julio.
En todo caso, el problema para él o cualquier otro candidato, será lo que viene después de esa fecha. Esa misma semana, en los últimos días antes del receso parlamentario veraniego, la oposición convocará un voto de confianza en un nuevo gobierno elegido por apenas 160 mil conservadores con un promedio etario de 55 años. La lógica es que, por simple instinto de supervivencia, los conservadores apoyen al nuevo primer ministro para evitar una elección general. pero pasado ese escollo vendrá la más cruda realidad: la renegociación con la Unión Europea.
En 2001 Boris, que fue corresponsal del Daily Telegraph en Bruselas, dirigía una revista conservadora, The Spectator. Cuando lo eligieron para el parlamento, no quiso dejar su puesto en el semanario, algo que justificó con una frase inglesa que lo pinta de cuerpo entero: “I want to have my cake and eat it” (quiero tener la torta y quiero comérmela: no voy a elegir, quiero todo). En su período de canciller con Theresa May repitió la frase en la negociación con la Unión para decir que quería un acuerdo que le diera todas las ventajas de estar dentro y fuera del bloque. Europa dejó en claro que era una “imposible fantasía”.
Como nada parece desalentarlo, Johnson alardeó con el chip de campaña esta semana que la Unión temía tanto a un Reino Unido dominado por el Brexit Party que negociaría un nuevo acuerdo y que la solución del problema fronterizo entre Irlanda del Norte (parte del Reino Unido) y la República de Irlanda (parte de la UE) era “obvia”. Pero este problema fue lo que descarriló la aprobación parlamentaria británica del acuerdo que había conseguido May en noviembre. En Bruselas lo calificaron de ignorante.
El tiempo no juega a su favor. Cuando los conservadores finalmente elijan líder, quedarán poco más de tres meses para el 31 de octubre. Los parlamentarios británicos y los europeos comenzarán sus vacaciones veraniegas. Cuando los británicos regresen en septiembre habrá un par de semanas de sesiones parlamentarias antes del receso por las conferencias anuales partidarias que recién acabarán a principios de octubre.
El cronograma de la Unión es también apretado: tiene que elegir una nueva comisión que cuente con la aprobación del parlamento europeo para el 1 de noviembre. La cumbre europea el 17 y 18 de octubre será la última oportunidad para llegar a un acuerdo, obtener una nueva extensión del plazo para negociar el Brexit o terminar a las patadas la relación con Europa. Boris, o quien sea elegido, tendrá que elegir entre quedarse con la torta o comérsela.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/200648-llega-la-hora-senalada-del-loco-boris-johnson